Al borde del abismo
Atravesar las profundas quebradas del Apurímac termina siempre convirtiéndose en un ejercicio de introspección. Desde lo alto de las montañas el dios hablador se hace oír desde su hondura, su llamado no es cosa de ensueño o mera retórica paisajística, está en la posibilidad siempre latente de que la gravedad se imponga y el vehículo caiga hacia su torrente, eso suele pasar, ha pasado ya y no pocas veces. De ello son testigos las cruces al filo de la carretera, cruces que marcan los lugares desde donde partieron las almas llamadas para el viaje al país de los ancestros, como se conocía en tiempos de la gentilidad al más allá. Las cruces vuelven sacros esos pequeños espacios, generalmente curvas cerradas en las partes más escabrosas de los caminos que surcan el departamento, las cruces lo dicen todo, solitarias o en grupo nos recuerdan que nuestro paso por dichos lugares es deleznable. Esa es una de las formas en que el milenario oráculo Apurímac sigue ahí, encarnado en el precipicio, grave pero a la vez apacible.
En las alturas, en las punas cóndores y wamanis, killichos y aqchis hacen la corte de esta suerte de ritual de los viajantes. Entre los pensamientos más frecuentes que surgen están indudablemente aquellos sobre el deseo de tener también alas, de querer ser menos vulnerables, estas ideas probablemente no son muy distintas de aquellas que han quedado grabadas en el arte precolombino, muy rico en la representación de falcónidas antropomorfas. Viajar por el Apurímac nos remite a todo ello, y es en cierta forma encomendarse a esas extrañas fuerzas que vienen desde el antes. Ahora que viajo con mas frecuencia por las carreteras que recorren el departamento y veo los letreros del plan de desarrollo concertado “Ñawpaqman purisunchis”, me pregunto también hacia dónde es que vamos como colectividad, cuál es la idea del ser individual en una apuesta colectiva y en qué consiste ésta. Apurímac ha hecho bien en conciliar el discurso de desarrollo con una lógica quechua. “Ñawpay” como verbo es adelantar, encabezar en castellano y “Ñawpa” como adjetivo quiere decir delante, primerizo pero también antiguo. Así, el ñawpa machu es el espíritu de los ancestros y son también sus restos, ya sean los de las numerosas chullpas del horizonte medio que existen en Apurímac, o mas antiguas aún, o incluso etéreas como en los mitos y leyendas que le dan perspectiva histórica y horizonte de sentido a esta tierra.
Es de inferir entonces que el antiguo dios hablador no se ha callado nunca, y es de esperar que se sepa escuchar y entender su voz, una voz que no es otra que la memoria colectiva de la gente oriunda de estas tierras. Así pensando los abismos no son más de temer, sólo nos señalan por dónde es que en realidad vamos.
Abancay, marzo 2010
silencio en las tierras altas
en los caminos piedras arrumadas marcan las partes altas
Algun lugar en Antabamba
Algun lugar llamado Condor marka
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